El lunes perdí las llaves del auto de una amiga. Así, sin más. Yo tenía la llave suelta en la cartera. Cartera de mujer la mía, llena de cosas misteriosas que ni nosotras sabemos pa’que fué que las pusimos adentro, pero que sirven para limpiar narices, pintar labios, mirarse el peinado por detrás, borrarle las manchas a los pantalones, protegerte de la lluvia y quitarte el dolor de cabeza. Y listas, listas de cosas por hacer y comprar. Mi teléfono móvil y por supuesto un frasquito con líquido para hacer pompas de jabón y un par de chupetes. En medio de eso, una llave de auto más o menos, no se nota, no de inmediato por lo menos.

Cuando esa noche fuí a sacar la llave para juntarla con las otras… era demasiado tarde. Dos días de angustias. Y de auto mal estacionado claro, porque yo volvía en 5 minutos! Bien digo, volvía.

El auto, como mi cartera, es de mujer y el «verdadero» lo tiene el marido de mi amiga. Como este del que escribo es una porquería de 6ta mano, no me costó nada reponer la llave, salvo 9 € y la confianza de mi amiga, a la que tuve que contarle mi cagada, para que me diera la de repuesto y sacarle copia.

El martes, una amiga (otra) me prometió pasar a buscar a mi hijo junto con el suyo y el de la vecina al entrenamiento de fútbol. Esto porque los niños se van en bus solos, pero a la vuelta ya está oscuro y alguna de nosotras los va a buscar. Les seré breve: mi actual ex-amiga salió tarde del trabajo, le encargó el cachito a su marido, el que decidió irse con los suyos al cumpleaños de su hermano y no al entrenamiento. Todo legal hasta ahí… salvo que nadie nos avisó ni a la vecina, ni a mi. No les cuento que cantidad de sangre sudé, pensando donde estaría mi hijo de 8 años a esas horas de la tarde/noche. Por suerte no pude ubicar a nadie por teléfono porque sino habría tenido claro que Adrián no estaba con ningún adulto responsable, y que nadie supo donde estaba en las siguientes dos horas.

Pero a mi los enanos, como a los circos pobres, me crecen. Por suerte. El ex-enano tomó el bus de vuelta con Daniel, el hijo de la vecina, después de esperar 30 min. Y hasta les alcanzó para acompañar a un tercer niño que lloraba porque, vayan a saber Uds. por qué, tampoco lo habían ido a buscar.

Además me olvidé de todas las citas, incluyendo al dentista, y hasta se quemó la luz del pasillo, como por no dejar.

Ahora me queda por delante la reconstrucción de una hasta ahí bien diseñada red de citas, y relaciones. No poco trabajo.

Y qué fue lo que me dijo mi gurú? -» es que te falta tranquilidad interior». Como siempre tiene razón y por eso mismo lo patearía de aquí a Punta Arenas y de vuelta, aunque se me canse la pierna.

(feliz cumple por quincuagésima Anaik… que sea tu año…)