Ser feliz de niña es estar en un asado y correr con un montón de otros niños por ahí.

Los adultos olvidan el tiempo y una puede correr y jugar por ahí hasta tarde, hasta caerse de sueño. Alguien te recoge y te lleva a tu cama. Mañana será otro día.

La vida entera se centraliza en torno al fuego y la carne. Hay hogar.

Los adultos están ahí, se ven, no hay que buscarlos, ni esperarlos. Los niños van y vienen.

Cuando estaba a punto de entrar en la nostalgia de la propia infancia feliz, de pronto llegó Anna y preguntó si ella también podía comer fresas del postre.

El postre lo llevé yo. Como estoy sin tiempo organicé helado de vainilla – a mesié no le gusta el chocolate, a enano no le gusta el helado y yo no soporto el de nuez… la cassata no le gusta a nadie- compré unas fresas y le agregué unas galletas italianas que se llaman “orejas” y que en mi país se conocen como palmeras. Las fresas fueron pocas y no alcanzaron más que para adorno.

Anna quería las fresas de su madre. Lamentablemente estas ya estaban prometidas a su hermano. Anna cede muchas cosas a su hermano, porque es la mayor. Anna tiene 4 y medio y un par de fresas son importantes a esa edad.

Anna estuvo a mi cuidado durante dos años. Anna, Lena y Sarah eran mi grupo de princesitas. Crecieron y también mi enano creció y a mi no me quedó otra que crecer con ellas y cerrar el grupo.

Los niños no aceptan tan fácilmente cosas de extraños, pero para Anna yo no soy una extraña. A esa edad las fresas son fundamentales y la protección del adulto conocido ni se pone en duda.

La llamé antes de que su madre repartiera las fresas por segunda vez. Anna ven, ¡yo te doy mis fresas! Se sentó en mi falda sin la más mínima duda y se las comió sin pensar en mi. Y ahí mismo se acabó mi nostalgia por la infancia.

Que alegría más grande es hacer feliz a alguien sabiendo que no me cuesta nada de nada renunciar al placer de tres frutillitas. Para mi las fresas ya no son lo que fueron. ¡Qué alegría! Mañana compro más, otro día como, ahora me tomo un espresso. Me dan lo mismo las fresas. Esa chiquitita confiada que acepta mis fresas, esa chiquitita, solo puedo cargarla y sentir el gusto de dar algo que a mi también me gusta, porque soy adulta.

Que bueno es ser adulta.