Aromos

Paseando hace años
Por una calle de aromos en flor
Supe por un amigo bien informado
Que acabas de contraer matrimonio.
Contesté que por cierto
Que yo nada tenía que ver en el asunto.
Pero a pesar de que nunca te amé
-Eso lo sabes tú mejor que yo-
Cada vez que florecen los aromos
-Imagínate tú-
Siento la misma cosa que sentí
Cuando me dispararon a boca de jarro
La noticia bastante desoladora
De que te habías casado con otro.

(1958 Nicanor Parra)


Por supuesto que era desolador saber que se moría sin esperanzas.
Si era por eso que todos estábamos dando vueltas a su alrededor totalmente a su disposición.

Yo había llegado en el primer vuelo que encontré, para alcanzar a despedirme.
Mi hermana me esperaba, con miedo. Se tiene miedo al momento, se tiene miedo a lo que vaya a hacer la muerte de nosotros y de los demás.
Pero entre el nacer y el morir está la vida y no se puede elegir donde nacer o dónde morir. No se puede escenificar. Ni dónde y ni siquiera cómo.
Todos querríamos morir dignamente, más no se pide, pero en definitiva no podemos elegir.

Recordé que la matrona que llevaba el curso de parto cuando yo estaba embarazada, nos dijo que las primeras contracciones se parecen a las ganas de ir al water. Que muchos, por eso, habían nacido allí y que si nos tocaba parir allí que no le diéramos tantas vueltas, que eso era un detalle y que si no queríamos, no lo contáramos y ya. Si no podemos elegir dónde o cómo nacer que raro creer que podremos elegir dónde o cómo morir.

Lo de morirnos ya no tendremos que contarlo nosotros, eso si, ni afrontar las consecuencias de como haya sido. Bien, un problema estético menos.

Recuerdo esos días y lo difíciles que fueron, con el pánico de mi hermana. Yo ya tenía experiencia y sabía que no tenía por qué ser malo, pero ella no tenía idea y tenía miedo.

Los días- serían finalmente una semana- nos las pasamos sus hijas y yo bajo su comando, elde mi hermana. Ella llegaba temprano a la casa y repartía dineros y obligaciones. Había que comprar, llevar y traer. Y rápido.
Cada día que pasaba estaba más acelerada, como si nada de lo que hacía pudiera consolarla, ni ayudarla, y ella siguiera buscando como hacer el momento más llevadero, la enfermedad menos cruel, el cuerpo más cómodo. Buscaba sin encontrar. Por lo menos no la dejamos no dormir en su cama cada noche.

Un día llegó más temprano que de costumbre, más desesperada seguro que de costumbre, y nosotras las que estábamos de guardia esa noche todavía no desayunábamos. La enfermera de mañana aún no había llegado, era muy temprano.
Nos levantó con dinero en la mano y nos mandó a comprar no sé que colchón o almohada especial. Nos tiró casi las llaves del auto que alcanzamos al vuelo. Estábamos siempre listas 24 horas de servicio. Sin saber para quién realmente, pero de servicio.

Claudia y yo nos miramos salir. ¡Claudia y yo! Las que antes de salir, en los tiempos de cotidianidad real, nos miramos dos veces al espejo: no tuvimos tiempo de nada. No nos dejó tiempo de nada.
Le dije a Claudia ¡pero que bruta tu mamá! ¡Que bruta mi hermana!
Si, me dijo, no tiene idea de lo que es la dignidad de las otras. Ojalá no me encuentre con nadie, por lo menos tú no te vas a encontrar con tus vecinos alemanes acá por Chile.

Y ahí fue donde me acordé de que hacía años que no pasaba por las calles de Santiago y que si me encontraba con alguien, en esas condiciones, solo sería para que dijeran: „¡Uy! Pero que mal la ha tratado el tiempo.“

Me devolví corriendo y me peiné, me encrespé las pestañas y me cambié de ropa.

NO.

No tenía ganas de encontrarme con un ex, les expliqué, y que pensara „de la que me salvé.”
No señoras. ¡ Yo quiero que se den de puñaladas por habérselo perdido!

Y nos reímos, nos reímos mucho, mucho. Mi hermana, mi sobrina y yo.

Todavía cuando nos acordamos de esos días tan duros y desoladores en que murió mi madre, nos reímos.